El ejercicio de vivir

Lo que requiere el mayor sacrificio de nuestra existencia es básicamente el tiempo no empleado. Nos concentramos en acumular episodios sincronizados con el sol y con la luna. Cosas de poco valor semántico que terminan convirtiendo la vida en una larga costura de actos repetidos. El mero hecho de nuestra necesidad de reposo cotidiano nos arrebata en promedio unos 25 años. Sumemos a aquello el tiempo que nos demanda el aseo, la cocina, comer, el transporte y el ocio. Entonces nos vemos sorprendidos con el drama increíble de miles de millones de vidas “ocurriendo” en el mundo. Exactamente igual que cualquier hoja desprendida de un árbol, del mismo modo en que un perro transita mordiendo el mundo, tan parecidos a una piedra convirtiéndose lentamente en polvo; asimismo ocurren las vidas humanas sin el mayor remordimiento.

Delante de este desgarrador escenario a uno no le queda más que mirar a aquellos que fueron capaces de desbaratar el mundo entero y darle pretextos más auténticos a la vida. Hay que mirarlos de lejos, por el sencillo hecho de que es tremendamente difícil encarnarse en sus razones, aún así sus destelladas y lúcidas existencias queman la piel de uno, como reclamando que despierte. Alejandro Magno murió a los 32 años habiendo conquistado prácticamente todo el mundo antiguo. Jesús de Nazaret, el hijo de un carpintero, fue crucificado a sus 33 por predicar una doctrina que demandaba el amor al prójimo como signo del amor a Dios. Juana de Arco tenía apenas 19 años cuando lideraba las tropas francesas y vencía batallas para su corona y en honor a Dios. Fue ejecutada por un tribunal eclesiástico inglés que la condenó a la hoguera. Ana Frank había cumplido apenas 16 años cuando la muerte la acorraló en un campo de concentración nazi. No obstante, su diario es un hito fundamental de la literatura contemporánea. Ernesto Guevara, el Che, contaba con 39 años cuando un soldado boliviano le atravesó el pecho a balazos. Años antes había sido protagonista de la Revolución Cubana y héroe en el Congo. La historia latinoamericana no puede prescindir de su nombre.

Pero no todas estas vidas incendiadas de pasión, locura y tremenda ternura se terminan en la tragedia. Albert Eistein rondaba los 37 cuando publicó “La teoría de la relatividad general”. Malala Yousafzai recibió el Premio Nobel de la Paz a sus 17 años, luego de haber sobrevivido a un intento de asesinato protagonizados por terroristas fundamentalistas del islám. Intentaron matarla por demandar el derecho a la educación para las mujeres. 28 eran los años transcurridos en la vida de Gabriel García Marquez cuando salía a la luz su primera novela: La Hojarásca. Valentina Tereshkova a bordo del Vostok 6 se convirtió en la primera mujer en salir al espacio, con tan sólo 26 años de edad. Domitila Barrios de Chungara fue líder y protagonista de la huelga de hambre que acabaría con el régimen militar del dictador Hugo Banzer en 1977. Ella contaba con apenas 40 años de vida. Las historias y los nombres se podrían prolongar perpetuamente. Con más o con menos años de vida, ellas y ellos se tomaron el ejercicio de vivir con una pasión desmesurada.


¿Sería acaso la ventura o desventura de sus circunstancias las que les llevarían a protagonizar esos maravillosos relatos? ¿Estaría signado en su destino la profecía de sus actos? ¿Son unicamente los resplandecientes quienes hacen suya la historia, mientras el resto se conforma en vivir en las cavernas de hormiguero? ¡¿Qué será... qué será?!