El Papa ROJO

Evo Morales le regala al Papa Francisco una réplica del Cristo de Luis Espinal, bruñida bajo las insignias del socialismo: la hoz y el martillo. Aquel estandarte representa la unión de campesinos y obreros, quienes han de ser los protagonistas de una revolución que coloque en el gobierno y el poder a los proletarios, dando lugar a un nuevo modelo de convivencia donde todos vivamos en iguales condiciones económicas; generando prosperidad para cada una de las partes que conforman la sociedad. Hay quienes afirman que es una incongruencia teórica juntar cristianismo y marxismo, pues el materialismo histórico no engrana con el Evangelio predicado por Jesús, pero lejos de todo dogmatismo ambas cosas buscan el mismo fin.

El comunismo está convencido que aquellos que son dueños del capital propician estructuras de opresión y subordinación. Por tanto, se requiere una re-estructuración del orden moral y económico para que todos sean beneficiarios de la riqueza que genera el trabajo. El cristianismo por su parte se desprende de la teología judía para afirmar que todos indistintamente somos hijos de Dios sin jerarquías y nuestra salvación depende de la bondad de nuestros actos. Su doctrina predica incluso la reconciliación y amor por los enemigos, viendo a todo congénere como un “prójimo”; es decir, como un hermano a pesar de cualquier falta de coincidencia. El cristianismo está convencido de que todos somos iguales ante Dios y por eso mismo nos merecemos el mismo protagonismo en la salvación del género humano. La construcción del Reino de Dios es equivalente a lograr un mundo donde todos vivan mereciendo su felicidad. Si cada sujeto se alinea en función al todo antes que a su personal éxito, será entonces coautor de un mundo donde cada parte propicie una vida digna para todos.

Cuando Luis Espinal talló aquellos símbolos para clavar a su Cristo en ellos nunca buscó hacer de aquello una propaganda comunista, sino sabía que el camino para la construcción del Reino de Dios en el mundo pasa indefectiblemente por compartir todos y todas la riqueza; para lograr esa necesaria satisfacción existencial que precisa la finitud. No indignarse por la pobreza y la miseria de seres humanos sometidos a estructuras de opresión económica es equivalente a pecar de omisión o burlarse de los ideales de una revolución justa y necesaria para arreglar el caos.

Todo esto nos sirve para demostrar cómo hay quienes hacen soberbio escándalo por el regalo del Evo al Papa, pero son incapaces de pronunciarse con un mínimo de inteligencia sobre el discurso radical y revolucionario del obispo de Roma. Cada palabra proferida por Francisco tiene asiento en su encíclica “Laudato si” la cual muchos han considerado un discurso de izquierda y en clara negación del capitalismo como modelo económico válido. No es una mera apología de la naturaleza, sino una denuncia contra un sistema ineficaz en la generación de felicidad para todos y destructora inclemente de nuestra única casa común para vivir. Pues no sólo unos cuantos se benefician de la riqueza, sino además esos mismos son los responsables de la desaparición de este mundo posible para la vida de cada ser vivo.


Quienes se escandalizan del Cristo recostado sobre una hoz y un martillo y no dicen nada respecto al discurso del Papa deberían sentarse a leer un poquito. Llego la hora de un cambio de modelo no porque lo dice el Papa, sino porque nos lo merecemos todos y tenemos derecho a una vida más bonita que esta ficción.