Colombia y Venezuela viven un
momento de alta tensión tras el cierre de la frontera. El Presidente
Maduro ordenó la medida con el propósito de frenar el contrabando y
la arremetida de grupos paramilitares conformados por súbditos del
vecino país. Probablemente la noticia nos tiene sin cuidado, pues el
problema está muy lejos. Sin embargo, la prensa nos recuerda
constantemente escenas de escasez, filas largas y marchas de protesta
en Venezuela, pero nos explican el trasfondo de lo que sucede. Se
repite una y otra vez que el modelo chavista es un fracaso y que su
presidente es un inepto. Así, la que otrora fue una de las economías
mejor posicionadas del continente vive la peor inflación de la
época, y todo parece señalar que no está lejos un giro de timón
allí donde se inauguró el “socialismo del siglo XXI”.
Obviamente aquello tendría
profundas repercusiones en el resto de Latinoamérica, pues Dilma
soporta aguda crisis desde la llegada del PT al gobierno. Cristina
Fernández finaliza su mandato y el país debe definir su futuro
político con unas clases medias poco satisfechas. Bachelet intenta
aflojar la dura presión a su gestión luego de sonadas controversias
con sus hijo y sus ministros. Mientras tanto Correa se enfrenta a
manifestaciones y protestas por parte de las poblaciones indígenas.
Que no quepa duda que sea lo que sea que pase en Venezuela o nuestras
vecindades eso afectará contundentemente el futuro político de
Bolivia, más aún cuando se plantea un nuevo mandato para el
presidente Morales.
Entender lo que pasa en Venezuela
no es sencillo. Irónicamente la hecatombe económica es la
consecuencia de procurar unas mejores condiciones de vida para los
más pobres. Motivo por el cual todos los insumos básicos de la
canasta familiar están subvencionados, allende de la gasolina que es
más barata que el agua. Pero también es la cosecha de una campaña
de presión y hostigamiento a los grupos económicos más poderosos y
políticamente distanciados del discurso dominante, produciéndose
una abrupta caída en la capacidad productiva. Al igual que nosotros,
Venezuela es un país rentista y muchos de sus huecos se podían
tapar con la plata del petróleo, por eso la caída del precio del
barril de crudo les afecta más a que ninguno. Sumadas todas esas
variables tenemos servido el plato que nos muestra la televisión. No
obstante, hay una variable que es subterránea y es donde
literalmente se decantan todos los beneficios y maleficios de la
Revolución Chavista. La variable se llama: Colombia.
Aunque para los ojos del mundo
Colombia es un milagro económico de la región al igual que Chile
debido a la aplicación de políticas liberales, pocos se acuerdan
que es un país en guerra interna contra guerrillas izquierdistas
desde hace más de 50 años. La tierra del café más sabroso del
mundo ostenta también el título del país con 5.3 millones de
desplazados por la violencia armada. Tras la desmobilización de los
grupos paramilitares de derecha, prosiguió la emergencia de bandas
criminales que extienden sus redes más allá de las fronteras de
Colombia. El narcotráfico es un asunto gravitante y lo seguirá
siendo a pesar de la intervención norteamericana y su “Plan
Colombia”. La crisis venezolana se alimenta de la crisis
colombiana, porque son los desplazados huyendo de la guerra los que
terminan en la frontera o más allá de ella. El 60% del contrabando
de alimentos y gasolina nutre y dinamiza la economía de todo el
norte de Colombia. Pero nada de eso aparece en los medios.