La primera dama

Las monarquías nacieron de la necesidad de integrar bajo un sólo mando a muchas comunidades. La definición y las características de una monarquía depende mucho de la época y el lugar del que estemos hablando. Los regímenes soberanos del siglo XVII y las monarquías parlamentaria y constitucional de nuestro tiempo son nuestra referencia más cercana. Los señores feudales de la edad media también eran una suerte de monarcas sin corona ni tanta fanfarria. Roma adoptó la monarquía como su primera forma de gobierno por más de dos siglos. Pueblos muy antiguos como el hebreo se regían por reyes. El bíblico rey David fue sucesor de Saúl en el trono de Israel. La legendaría Babilonia creció como imperio bajo la misma modalidad.

Hay muchos estudios serios que afirma que el inicio de la agricultura no sólo dio paso al nacimiento de las civilizaciones, sino propició el nacimiento del patriarcado. Mientras éramos poblaciones nómadas, la cacería y la recolección era una tarea ligada a los varones del clan; lo que suponía ausencias constantes para la provisión de alimentos. Por tanto la comunidad era sostenida por las mujeres, quiénes además de cuidar de niños y ancianos ordenaban y dirigían la vida social. Lo que es más importante, bajo su tuición estaba la educación de los infantes dentro de la identidad del grupo y su cultura. La agricultura frenó la dispersión y la itinerancia, creando en torno a los sembradíos los primeros asentamientos humanos de magnitud. Así nacieron las ciudades, el comercio, las leyes, el ejército, la burocracia, la escuela, etc. Dentro de ese contexto el rey asumía el papel de gran padre y protector. El rol de la mujer terminó arrinconado en la cocina o como objeto decorativo y de conquista.

En el mundo americano las cosas se organizaron con otras características. En las tierras bajas se conservó el modo de vida itinerante por mucho tiempo, incluso hasta bien entrada la República. Reuniendo o dispersando comunidades según la disponibilidad de alimentos o en torno a las subidas y bajadas de los ríos. Esto mantuvo la complementariedad de lo femenino y lo masculino en la tradición cultural de oriente. En los Andes se formaron ciudades estado entre las comunidades aymaras, mientras los quechuas fueron creciendo como imperio; aunque bajo una matriz política y cultural. En ningún caso se puede hablar de monarcas, pues el imperio no era regido por un rey a la manera occidental; sino por una pareja. De hecho, para ser considerado persona uno o una debe estar unido a su par y completar la integridad del ser humano. Hasta el día de hoy, para asumir un cargo de responsabilidad en el ayllu es necesario estar casado.


Teniendo presente esta información, cabría preguntarnos: ¿es el ministro Quintana es un machista recalcitrante? o ¿es el alcalde Revilla el exacto reflejo del patriarcado? También cabría extender las interrogantes y saber: ¿quién está más alienado? ¿El presidente Evo sin pareja y casado poéticamente con Bolivia, o el burgomaestre paceño caminando de la mano con una ex-modelo? Pero para nada de esto hay respuestas, porque las verdades están en otra parte. Primero, ambos bandos están en campaña política. Segundo, descolonizarnos no significa reconstruir el pasado, pero tampoco se puede quedar en mera retórica y panfletería. Tercero, la mentalidad patriarcal circula en los tuétanos de todas las partes, en las venas del ministro, en las entrañas del alcalde y en las carnes de la modelo.