Los opinadores y la nada

Con demasiada frecuencia aquello que llamamos opinión publica es el resultado de la manipulación a la que nos someten los medios de comunicación. No necesariamente se trata de un macabro plan de subordinación de las masas. Por lo general sólo es cuestión de vender y vender más, para ello es imprescindible ofrecer un producto apetecible a los ojos del comprador. Las estrategias para generar ese deseo dependen del segmento de la sociedad a la que se desea conquistar, sin embargo hay hechos que trascienden todas las fronteras y de eso se alimenta la sociedad. La prensa amarillista y farandulera se ocupa de llenarnos la cabeza con los problemas de las vidas ajenas. Los excesos y ridiculeces de los artistas, el tamaño de las caderas y los pechos de las chicas de la pasarela, los amoríos o traiciones de los famosos. La que creemos prensa seria usa exactamente los mismos mecanismos. Las situaciones más inverosímiles pueden convertirse en tendencia mundial e incluso definir el futuro político de las naciones. En los años 90 el amorío de Bill Clinton con su becaria no sólo estuvo en la boca de todo el planeta, el hecho generó una verdadera crisis de Estado.

El ser humano es curioso y le encanta meter sus narices en donde sea. Aquello es más bueno que malo, pues ha sido nuestra curiosidad la que nos ha permitido avances e innovaciones a lo largo del tiempo. No obstante, nuestra curiosidad muchas veces se decanta por lo meramente especulativo, por lo intrascendente y por el puro chismerio. La gran mayoría de nosotros tiene una vida sencilla y poco conocida. Por una mera cuestión de estadística el 99% de los seres humanos sólo será un don nadie y sus vidas ocurrirán como la de una hormiga o la de una vaca. Habrán cumplido el ciclo vital y nada más: nacer, crecer, reproducirse y morir. Con seguridad también habrán amado y odiado, trabajado mucho, celebrado victorias y padecido derrotas; y es muy probable que hayan dejado una huella profunda en su contexto inmediato y quizás lograron incidir en algún hecho de la gran Historia. Pero incluso así serán olvidados. Como nuestras vidas transcurren con ese enorme vacío, nos ocupamos de meternos en las vidas o las muertes de otros como un acto de conquista. Somos sus fans o sus detractores, los comentaristas y los opinadores de existencias, que si bien no son nuestras nos sentimos dueños de ellas.


El desgarrador drama humanitario que acontece en el norte de Africa y el Medio Oriente es cosa de todos los días. Desde que nos transmitieron la invasión a Iraq por televisión ya nada nos sorprende. Los fundamentalistas quemaron vivos a unos rehenes, decapitan mujeres, arrojan a homosexuales de los edificios y destruyen reliquias; aquello son temas de todos los días. Asuntos que se confunden con otros que pueden importar más o menos. Un tipo mató a balazos a 6 personas en un supermercado, policías acribilla a un hombre negro por el solo hecho de ser negro, la estrellita pop de ultima hora salió desnuda al escenario (otra vez). Como no es suficiente consumir informaciones tan cotidianas, necesitamos alimentarnos de todos los excesos. Hace poco fue un niño muerto en una playa. Ese 99% de personas con una vida vacía no sabe dónde está el país del que salió el niño y su familia, pocos tienen idea cuál es el conflicto del que estaban huyendo, nadie sabe a ciencia cierta como se llama la playa en la que apareció muerto. Los opinadores le dan “like” a una foto, la “postean” y van en busca de su siguiente alimento.