Dios bendice la masacre

En noviembre de 1095 el Beato Papa Urbano II, durante el Concilio de Clermont, convocaba a la primera cruzada. En un acto multitudinario, frente a obispos, eclesiásticos y legos pronunció un conmovido discurso arengando a los cristianos a participar de una Guerra Santa para liberar Jerusalén del enemigo musulmán: 

Guerreros que escucháis mi voz, vosotros que iréis a la guerra, regocijaos, porque estáis tomando una guerra legítima. Armaos con la espada de los Macabeos e id a defender la casa de Israel que es la hija del Señor de los Ejércitos. Ya no es asunto de vengar las injurias hechas a los hombres, sino aquellas que son hechas a Dios. Ya no es cuestión de atacar una ciudad o un castillo, sino de conquistar los Santos Lugares. Si triunfáis, las bendiciones del cielo y los reinos de Asia serán vuestra recompensa. Si sucumbís, alcanzaréis la gloria de en la misma Tierra donde Jesucristo murió, y Dios no olvidará que os vio en la Santa Milicia.

He aquí que hoy se cumple en vosotros la promesa del Señor que dijo que donde sus discípulos se reúnen en su nombre, Él estará en medio de ellos. Si el Salvador del mundo está ahora entre vosotros, si fue Él quien inspiró lo que yo acabo de escuchar, fue Él quien ha sacado de vosotros este grito de guerra, ‘¡Dios lo quiere!,’ y dejó que fuese lanzado en todas partes como testigos de la presencia del Señor Dios de los Ejércitos!

A mediados de 2015 Al Bagdadi, líder del autodenominado Califato Estado Islámico, proclamó un poderoso discurso convocando a todo el mundo islámico a participar de su propia Guerra Santa: 

Musulmanes, no crean que la guerra que libramos es solo la guerra del Estado Islámico. Es la guerra de todos los musulmanes en cualquier lugar del mundo y el Estado Islámico no es más que la punta de lanza en esta guerra. No es más que la guerra de las personas de fe contra el pueblo de la incredulidad.

Marchar adelante en todas partes, porque es una obligación para todo musulmán que es responsable ante Dios. Y con el que se queda atrás o huya, Alá se enojará y se le infligirá un castigo doloroso. Así que no hay excusa para que cualquier musulmán que es capaz de realizar la hégira (marcha de La Meca a Medina) se una al Estado Islámico. Ala hizo obligatorio para los que creen en él el desempeño de la yihad por su causa y prometió recompensas para aquellos que obedecen su mandato; y amenazó a los que le desobedecen.

Occidente ha construido su conciencia de la historia como una cronología ascendente y progresiva. Asume que todo futuro es mejor que cualquier pasado y de ese modo evolucionamos hacia un estado de perfeccionamiento de la realidad. En contraste el mundo oriental, entre otras muchas civilizaciones, piensa el tiempo y espacio como en una dialéctica cíclica que va repitiendo hechos y procesos. De ese modo el pasado no sólo deja una huella sino además patrocina una comunicación con cada presente. Entonces no resulta extraño que en pleno siglo XXI los yihadistas se cobren su revancha contra los “cruzados” del siglo XI.


Son varias cosas las que nos quedan en la cabeza a manera de pregunta y también como una profunda interpelación. No obstante lo que resulta mucho más perturbador es el modo en que las religiones y sus respectivas creencias impulsen exactamente el mismo discurso, como si hubiera sido concebido por la misma cabeza. Dios es un guerrero carnívoro y rencoroso, es un monstruo devorador de hombres que empuja a sus huestes a la conquista y la venganza. Sólo nos espera la muerte y es Dios quien bendice la masacre.