En el ámbito de la biología la
endogamia es un hecho pésimo para el bienestar de los genes de
cualquier especie. Cuando existe una cruza reiterada entre los
miembros de una misma familia comienzan a manifestarse una serie de
enfermedades que se irán incrementando exponencialmente. Cualquier
error en el genoma en uno de los individuos se repetirá en sus
hijos, como éstos se aparearan con sus primos, la generación
siguiente repetirá la fórmula; de ese modo el error se presentará
en cada vez más miembros del clan. Las sociedades humanas
comprendieron muy temprano las complicaciones que representaba para
el grupo la endogamia. La respuesta más sencilla fue la itinerancia,
pues el nomadismo evitaba que un grupo se dispute los mismos
recursos. Si el número de miembros no era compatible con la
disponibilidad de comida, no había más remedio que dividirse y
separarse para ocupar nuevos territorios. Eso permitió a gran escala
la diversidad genética de la que ahora gozamos. Así nos fuimos
encontrando entre grupos distintos e inventando todo tipo de vínculos
culturales.
¿Que tiene que ver todo esto con
el gremio de los artistas? Básicamente está ocurriendo lo mismo que
le pasaba a las familias reales, que para mantener líneas puras de
sangre terminaban engendrando hijos tontos. Expliquemos esto con un
poco más de detalle. El nuevo papel que cumplió la estética
modificó radicalmente nuestras relaciones con el arte. Siguiendo al
pie de la letra la manía cientificista, la crítica se convirtió en
una especialidad de eruditos. Los nuevos regentes de la verdad debían
ser versados en la historia, la teoría y el método; con unas reglas
claras y bien definidas podían decir con precisión casi matemática
que era bello y que no. Como bien sabemos todavía vivimos bajo el
ridículo esquema de usurpación de los sentidos. El arte y el
artista ya no se debe pensar en función a su historia y su pueblo,
sino en relación a la crítica estética. En el caso de quienes
escriben, pintan o componen, conscientes o no, buscan encajar en la
presión de unos parámetros definidos por lo académico y lo
comercial. ¿Cómo es que funciona esto en el cotidiano?
Comencemos con el acto de
publicar lo creado. Hoy por hoy ya no es suficiente con haber tomado
en cuenta la opinión de los críticos. Ahora la belleza no sólo la
define la estética, sino también el mercado. Eso ha llevado la
situación al extremo del absurdo, pues para que la gente entre en
contacto con el arte, pesa más la opinión del especialista en
marketing que la del crítico. Así, hay músicos cuya mejor canción
dice: “Mami dame más
gasolina”. El pintor
que ha sido bendecido por la crítica puede valuar sus creaciones a
un buen precio e incluso ser parte del mercado de subastas donde la
gente rica sólo hace una inversión que nada tiene que ver con lo
bello o lo feo. Un escritor de novelas ya no debe preocuparse por
construir un texto que interpele o denuncie, sino conseguir el libro
que le permita el salto a las grandes editoriales; ¿quién quita
además la posibilidad de llegar al cine? Mientras tanto, los poetas
viven encerrados en su propio caparazón y escriben prácticamente
sólo para ellos. Todo esto, como hemos dicho, está cancelando la
comunicación profunda con el mundo palpable y con el ser humano de a
pie. Así, los artistas se presentan como una tribu endogámica en
claro proceso de degeneración. Las generalizaciones son siempre
malas pero el buen arte debe ser aquel que dialoga y pregunta aún a
costa del rechazo.