Nuestro territorio fue en el pasado el espacio natural de encuentro y disputa de dos formas de vida marcadas por la territorialidad. Lo andino y lo amazónico no son apenas geografías, sino humanidades que se han posicionado existencialmente en función a la manera en que el mundo les ha enseñado a vivir. Es un ejercicio que se actualiza constantemente, por que tanto la tierra como el ser humano se transforman una y otra vez. En ese tiempo, anterior a la invención del Estado moderno, el territorio era disputado por centenares de nacionalidades. Esa pugna por el espacio podía ser en ocasiones violenta, pero también era el vehículo para prosperas asociaciones. El encuentro entre los diferentes es lo que dinamiza y da substrato a la identidad. Sabemos lo que somos porque en el conocimiento de los diferentes también ejercitamos el conocimiento de nosotros mismos. Este país se había negado a reconocerse en sus diferencias porque la colonia le ha secuestrado su identidad. Bajo la mentira del mestizaje nos hemos conformado con ser un pueblo sin nombre, donde lo boliviano no es más que una mascara para dejar de pensar en quienes somos realmente.
A partir de las transformaciones sociales que hemos vivido en el país en el último tiempo, nuestra autoafirmación histórica de lo que somos ha sido puesta en cuestión. Lo que hoy es Bolivia está encerrado en unas fronteras que marcan los límites de un territorio ocupado y administrado por los “bolivianos”. Este pueblo se afirma como tal dentro y fuera de sus márgenes porque, como hemos dicho, es la tierra lo que nos da un nombre y una pertenencia. Ahora bien, Bolivia es el resultado de otras muchas variables allende de la voluntad de un pueblo. Tiene una profunda dependencia a la colonia y su institucionalidad, pues fueron los límites de la audiencia de Charcas los que nos independizaron también de Lima y Buenos Aires. Asimismo concurre toda la complejidad de la estructura de castas, pues la guerra de la independencia es una guerra ideada y sostenida por el criollaje. Los nuevos Estados se organizan y reparten el poder en función a esta variable. Finalmente es una el resultado de una empresa civilizatoria y modernizante cuya ideología está encarnada en la Revolución Francesa.
El Estado que hemos construido es el resultado de esta continua disputa y reconfiguración del escenario en el cual se ejercita el poder. Allí donde nuestro provincianismo, el trauma por el color de la piel y la idolatría a occidente es el argumento de todos los capítulos. La historia de Bolivia, todavía hasta hoy es las historia de su vida política, porque este país no ha sabido construir una historia como pueblo y mucho menos como comunidad. Hemos prolongado durante siglos la necesidad de mirarnos y conocernos como si tuviéramos todo el tiempo del mundo y no alcanzamos a ver que Bolivia también desaparecerá.
En mundo que nombramos y adoptamos como nuestro es una realidad amoldada por quienes pronuncian su materialidad. Esta construcción social nos recuerda que somos precisamente el resultado de una compleja y efímera autoafirmación histórica. Dado que es histórica, básicamente está destinada desaparecer; en otras palabras, todo lo que sostiene nuestra identidad en algún momento quedará sepultado en la memoria o el olvido. Nos puede parecer infinitamente injusto que todo cuanto hemos hecho como pueblo sucumba a la misma mortalidad a la que estamos condenados todos. Sin embargo, toda la materia se rige con las mismas leyes. Pasarán miles de millones de años antes de que suceda, pero la brillante y poderosa estrella que nos ilumina, un día agotará todo su combustible y se inflasionará hasta explotar; para entones nuestro planeta no habrá sido más que una roca fría y desnuda. Es muy probable que muchísimo antes de que esto suceda la humanidad entera no haya sido nada más que una diminuta huella en la corteza.
La impostergabilidad de nuestro final como sujetos y como pueblo nos obliga a vivir de la manera más autentica posible. Así como nosotros mismos tenemos esta única oportunidad para vivir bien, de igual modo Bolivia, mientras exista como país, tiene la urgencia de escribir su historia con cada uno de sus rostros y nombres.