El nuevo Estado se ha fundado en una recompocisión conceptual de lo que entendemos por Nación. La palabra por sí misma ya embarga una ardua tarea de pesquisa y confrontación. El sentido de sus acepciones puede generar nuevas interrogaciones y hasta contradicciones. Si definir el concepto nación ya es complejo, desentrañar el significado de la pluri-nación Boliviana no podría ser menos. Básicamente la palabra nación hace referencia a donde uno es natural, en consecuencia la nación tiene una íntima relación con el territorio al que pertenece. En otras palabras para que exista nación debe haberse establecido una relación de dependencia entre las personas y la tierra. Hablamos de personas en plural porque la nación no se construye con individuos o individualidades, una nación se construye en sociedad, como comunidad. De este modo aparece en escena el concepto de pueblo, pues para haber concretizado el vínculo con la tierra es menester el ejercicio de generaciones dando forma a un habitad común.
Cuando un grupo de seres humanos, reunidos en una suerte de familia ampliada, generan un hábito de convivencia con determinado ecosistema, entonces ese grupo comienza a asentar las bases de lo que luego llamará cultura e identidad. Cabe subrayar aquí que este fenómeno se desarrolla después un largo proceso de adaptación de ambas partes. El ser humano en sociedad moldea y transforma su espacio en función a sus necesidades y paralelamente todo lo que le circunda amasa y recompone las categorías de entendimiento del sí mismo y lo “otro”. Por tanto, la cultura y la identidad es algo que en primera instancia se hereda. Todos recibimos un legado que es la suma de muchos aprendizajes. Minuto a minuto, centenario tras centenario, a nosotros nos llega un poderoso y variado acumulado de sabiduría. Por lógica, esa herencia no es inmutable ni se queda refrigerada. Al momento en que la recibimos reescribimos los significados que le dan sentido a nuestra pertenencia a un lugar y cómo esto define nuestro modo de ser y vivir. Dicho de otra manera, actualizamos la cultura de nuestros padres a nuestras categorías espacio-temporales.
Otra consecuencia del concepto de Nación es el modelo y la forma de organizar la sociedad. Esto es un poco más complejo que la sola cultura y la identidad, pues se establece un marco político y jurídico que le da legitimidad al Estado como entidad. Sin estos elementos es imposible pensar en un Estado, por consiguiente no habría manera de vivir en orden entre nosotros, ni de distinguirnos y separarnos de los vecinos. A partir de la idea y conciencia de Nación se instituye una forma de gobierno y se reconoce su poder para administrar la sociedad y demarcar las fronteras de la geografía ocupada por nuestra sociedad, nuestra identidad y nuestra cultura.
Llegados a este punto es muy probable que tengamos que entrar en controversia con la realidad, dado que en muy variados contextos la relación entre la Nación y el Estado parece más bien una ficción. Pensemos por ejemplo en los continuos reclamos de el pueblo Catalán y Vasco por ser independientes del reino de España. Italia, Inglaterra y Francia; entre otros países del subcontinente europeo, tienen los mismos problemas. En los hechos, no se tratan de casos excepcionales sino un fenómeno constante de la historia y de toda civilización. Si lo dudamos basta repasar lo que le ocurrió a Babilonia, Egipto o Roma. Por eso, una primera conclusión podemos afirmar que la Nación y el Estado son en efecto una ficción condenada a desaparecer y aparecer con cada época.