Los desiguales

Los Estados modernos se han construido bajo la falsa premisa de que existe una identidad entre los ciudadanos y el territorio. Este factor es determinante a la hora de reconocerse como miembro de un país. La ciudadanía es un atributo otorgado por el Estado en razón de haber nacido dentro de las fronteras de su territorio. Existen salvedades, pues también se reconoce la vinculación a un determinado país por vía sanguínea. Es decir, nuestros padres nos heredan el derecho a pertenecer a un lugar, aún inclusive si no se ha nacido dentro de las fronteras del territorio a que se es pertenecido. 


Si bien no le otorgamos demasiada importancia, ser ciudadano no implica únicamente ser miembro de un pueblo, que ha su vez le da sentido de existencia a un país; ser ciudadano comporta además un compromiso tácito con los derechos y deberes practicados como modo de vida dentro de ese territorio. Por ejemplo, ¿qué necesidad tiene el Estado de inmiscuirse en la vida doméstica y particular de una pareja mediante un contrato llamado: matrimonio civil? Cuando dos personas realizan el trámite legal frente a las autoridades, solicitando el reconocimiento de la unión, el Estado paralelamente les otorga derechos y obligaciones a ambas partes para garantizar una sana convivencia. Al tratarse de un hecho jurídico uno de los principales motivos por el cual se realiza dicho trámite va en función a la tenencia de los bienes que la pareja posee o poseerá. Igualmente los posibles hijos quedan amparados dentro de este marco jurídico. No obstante, uno está casado “legalmente” dentro de los márgenes del territorio al que se pertenece, una vez fuera de él el trámite no tiene validez. Ese contrato se firma frente al Estado y es éste el que le da vigencia. Por tanto, si no hay Estado, tampoco hay marco de reconocimiento. El asunto es tan importante que hasta nuestra cédula de ciudadanía incluye la especificación sobre nuestro estado civil.



La realidad americana ha heredado de su pasado colonial y por la profunda influencia de occidente el derecho positivo, el cual es una evolución del derecho romano. Tanto nuestro marco jurídico como nuestra conciencia de Nación viene de la mano de esa perspectiva jurídica. No obstante, hay una larga lista de complicaciones a la hora de encajar un país tan diverso como el nuestro dentro de esa epistemología. Tras la desvinculación con la corona española desaparece toda la institucionalidad que ordena tanto lo político como lo jurídico dentro del territorio. Al ser una colonia nos constituíamos como una extensión de un reino gobernado desde la península y como sus ciudadanos nos sometíamos a sus reglas. Cuando eso desaparece y entra en escena la República una nueva institucionalidad toma las riendas del gobierno y la administración del modo de vida.



Hasta antes de ese momento el marco jurídico colonial reconocía al menos dos grandes naciones en el territorio americano. La “república de los españoles” y la “república de los indios”. Ambas partes eran reconocidas como súbditas de España, sin embargo tenían derechos y deberes diferentes. Los pueblos nativos de América perdieron su independencia, su religión y a sus gobernantes, pero tenían varias prerrogativas en razón de ser lo legítimos dueños de aquellas heredades. A estos dos grupos debemos sumar a la población africana, pero dado que eran esclavos para esta gente sólo habían obligaciones y ningún derecho. De las uniones y los hijos nacidos en la mezcla de las parcialidades se crearon las castas. Criollos, mestizos y mulatos no podían estar fuera de la ley, así que fueron incorporados a la jurisdicción de los españoles. Desde entonces los procesos de blanqueamiento se han venido practicando sistemáticamente, sea para burlar la esclavitud o superar el estado de subordinación.



Es por todo esto que Bolivia no esta formado por un único pueblo al que debamos nombrar con el gentilicio de los “bolivianos”. La bolivianidad no existe ni como pueblo unitario y mucho menos como identidad homogénea. En nuestro caso el país que nos otorga ciudadanía no es una Nación sino la suma de muchas Nacionalidades y es obvio que no nos estamos refiriendo a las castas inventadas por los españoles. La República se fundó por los caprichos del criollaje y por eso mismo está enferma de olvido de su pasado anterior a la colonia. El derecho positivo buscó uniformar a la diversidad con un gentilicio, con el falso auspicio de que todos somos iguales ante la ley, convirtiendo a los miembros de cada uno de los pueblos que dieron origen a esta nueva patria en ciudadanos falsificados, imposibilitados de pertenecer a su verdadera Nación.