Lo que llamamos realidad está mediado por nuestra percepción sensorial de lo existente fuera de nosotros. Una vez que aprehendemos estos hechos los enunciamos a partir de un ejerció lingüístico que le da forma a nuestra comprensión e interpretación de la realidad. Pronunciar nuestras sensaciones es de lejos uno de los logros más importantes del intelecto humano. El mundo no posee nombres, la realidad no se llama ni es llamada. Todo cuanto en el universo existe, incluidos nosotros, simplemente “ES”. A partir de nuestra conciencia es que podemos atestiguar su presencia y su manera de “ESTAR” en el mundo, desde cómo se comportan las partículas subatómicas, hasta poder medir la velocidad a la que se expande el universo. Nuestros más primitivos gruñidos son hoy un complejo aparato de abstracción, que mediante el lenguaje es capaz de hacer nuevas todas las cosas en cada época y en cada lugar.
Somos herederos de un basto legado por el cual todas las formas de vida existentes han ido adquiriendo los rasgos distintivos que hoy gozan. Es por ello que nuestra humanidad no es solamente lo que entendemos y podemos decir de ella; también es ese largo camino, anterior a la conciencia, en el que nuestra materialidad se ha ido adaptando a constantes cambios logrando exitosamente sobrevivir y prosperar. El triunfo de cada generación es el resultado de aprendizajes acumulados, cada nuevo principio traía consigo el bagaje de todos los finales anteriores. De ese modo nuestra finitud no canceló nuestros horizontes, sino que los fue ampliando infinitamente para toda nuestra especie. Lo humano tal como lo entendemos hoy es el resultado de todas las vidas y muertes que han sido capaces de reconocerse y ser reconocidas como parte de esta colectividad.
Nuestras manos han conseguido tomar la materia y transformarla a niveles excepcionales. Al principio fue para hacernos de vestido y refugio, más tarde empleamos nuestras habilidades en la fábrica de herramientas. El fuego se hizo muy pronto nuestro socio y con él multiplicamos las posibilidades de todo cuanto podíamos. Así, paso a paso, hemos itinerario y convertido en nuestro hogar no apenas una geografía, sino un planeta entero. Los alcances de nuestra diminuta epopeya se arrojaron a la aterradora inmensidad del universo, un día fue la rueda y en un abrir y cerrar de ojos fueron los viajes a la luna o las exploraciones de Marte. Todo eso lo logramos nosotros, pero nunca sólo por nosotros mismos, sino en complicidad con el mundo. Ya lo decíamos, no existimos únicamente porque tenemos conciencia de nosotros mismos, sino porque somos capaces de relacionarnos con el mundo e interactuar con él.
Toda interrelación demanda de comunicación y toda comunicación requiere de compatibilidad y entendimiento. No obstante, esto no significa que sea necesario compartir los mismos códigos, la experiencia dice que es suficiente con la interacción de nuestros sentidos. Fue así como logramos la domesticación de nuestros animales y el desarrollo de la agricultura. Hemos logrado entablar relaciones sociales y económicas con realidades vivientes que, aunque son incapaces de pronunciar palabra, estos se comunican a partir de sus propios modos de vida. Los pueblos indígenas identifican este fenómeno como “relaciones de reciprocidad”. Bajo este principio el ser humano no es dueño y gobernador del mundo, sino se constituye en tan sólo una parte de una gran red de interdependencias. Si lo humano ha sido posible es porque todo lo demás nos ha ayudado a lo lograrlo.