La vida política es una suerte de vida parasitaria pero necesaria. Los políticos no presumen sus capacidades intelectuales ni técnicas para llevar a cabo el oficio que les toca. En cualquier otro rubro debes adquirir la experiencia y con el tiempo la maestría para ser alguien entre los que saben hacer lo mismo. En cambio entre los políticos y frente al pueblo sólo importa una cosa: que tan bueno eres con la boca. Ya en la antigüedad Platón se preguntaba ¿por qué el gobierno y la gestión del Estado recaía en las personas menos calificadas para el oficio? Pensó sesudamente quiénes debían ser los responsables de organizar la vida común de la nación y guiar al pueblo al bienestar y sortear las desgracias. Llevando el agua a su fuente afirmó que un "filósofo rey" sería el ciudadano adecuado para la conducción de la República. Éstos, guiados por la razón, tomarían las mejores decisiones para beneficio de la colectividad.
Aunque la gente que nosotros elegimos para gobernarnos están lejos de ser filósofos, al menos ahora podemos elegir. La democracia nos permite escoger a quien nos va gobernar, aunque por lo pronto nuestro único parámetro para tomar la decisión es su capacidad de labia o habilidad para mentir. Aún así, nuestra tarea no se termina cuando se marca una cruz en una papeleta, la comunidad que somos nos demanda ejercitar el papel de sensores del buen gobierno. Por eso, una extensión de la vida democrática es la libertad de prensa. Los medios de comunicación han de ponerse al servicio del pueblo y no al servicio de los políticos, sean estos gobernantes o no. Lo que implica que los periodistas profesionales sean absolutamente imparciales a la hora de hacer prensa.
El gran problema es que el periodismo ha dejado de ser un intermediario de la tarea sensora delegada al pueblo, para convertirse en una extensión del palabrerío político. Los políticos y sus gestores se han tomado los medios de comunicación y han ampliado su palestra para el debate y la confrontación política. En consecuencia el pronunciamiento de la ciudadanía en general queda cancelado y la conciencia de la realidad adormecida, gracias a la multiplicación de contenidos basura y culebrones faranduleros. Se ha olvidado por completo el rigor periodístico y hemos pasado a participar de un reality show donde todo lo que nos interesa es saber quien le metió el pene a quien.
Un claro ejemplo de esto son las publicaciones que sacan a la luz pública una relación amorosa del presidente Morales, de la cual se concluye la existencia de un supuesto tráfico de influencias. Si hubiera un verdadero periodismo de investigación de los hechos recientes, no nos enfrentaríamos a la burla de viralizaciones groseras y absurdas colgadas en facebook. Esto nos demuestra que el pueblo no se interesa en las consecuencias políticas de los hechos como tal, ni en la verdad histórica de lo que hay detrás de las hipótesis; estamos entregados al guión de una novela. Si hubiera verdadero periodismo de investigación no nos presentarían alegremente fotos, fotocopias y certificados de un niño como documentación probatoria de una red de malversación de los recursos de la Nación.
Es muy importante para todos saber cuál es la verdad, porque la vida democrática lo exige y porque nos lo merecemos. Pero tal cosa no va a suceder porque la prensa está tomada por los políticos. Los periodistas son actores políticos jugando un calculo electoral en función a la agenda presente. Mientras tanto nosotros cambiamos el canal y apagamos el cerebro.