Los pueblos indígenas, su pasado y su presente, constituyen una
realidad que nos interpela con fuerza propia. Su resistencia no es
apenas un acto de sobrevivencia que debiera merecer nuestro aprecio y
reconocimiento, sino es un constante reclamo por su existencia, y
ésta en condiciones dignas. La vida de la que fueron apartados, para
someterse a un constante juego de acomodaciones injustas, muchas
veces los obligaron a abandonar sus fuentes culturales y en otras
ocasiones a reafirmarse con pasión descomunal a una utopía. Sea
como fuere, es innegable que la realidad latinoamericana es la más
clara evidencia de un proceso histórico que ha sido condenado a la
prolongación de preguntas negadas a verdaderas respuestas. De por
medio está un complejo entramado de relaciones de poder que ha
intervenido las posibilidades de diálogo real, limitándolo a una
estrecha gruta de conciliaciones, más o menos, pensadas desde los
dueños del poder, para el mantenimiento de las estructuras.
La misma historia, sorteando los tremendos acertijos de sus humanos
vaivenes, hoy nos ha colocado delante de un asombroso horizonte.
Ahora mismo se nos está dando la chance de recomponer una serie de
fracasos y conjuros, que paradójicamente escondimos de nuestras
preguntas más urgentes. Nos guste o no, el ejercicio de la
democracia tal como la conocemos hoy a abierto cientos de canales
audibles a de miles de frecuencias. De repente muchos discursos
hegemónicos se tambalean, incluso algunos llegan a derrumbarse. La
apertura de nuevos canales está multiplicando alternativas
conscientes y razonadas para comprendernos en el diálogo mutuo con
la voz de todos.
El mito de mestizo y la ideología del mestizaje, su problemática,
sus demandas e incongruencias, desafíos y clausuras… son el centro
mismo y el contenido de la narrativa boliviana. Por eso algunos ven a
lo indígena como una realidad que se cree inmutable, y por eso
mismo, condenada a la refrigeración folclórica o a la desaparición
histórica. No tiene posibilidades de representarse en sus
particularidades sin sufrir el juicio de haber traicionado su “sí
mismo” auténtico y originario. Por otra parte otros tantos ven,
con el mismo romanticismo, a lo “mestizo” como una consecuencia
lógica y resolutiva de un problema identitario. No obstante, eso que
llamamos mestizo es una etapa transitoria hacia una variedad, aún
desconocida, de alternativas resolutorias a las crisis de identidad.
Alternativas que en cada caso y lugar reclaman preguntas y respuestas
pertinentes.
Hoy la comprensión del mundo indígena ya no nos llega vía
enciclopedia, sino son los sujetos históricos pertenecientes a esa
tradición los que han tomado la palabra y trascienden su
especificidad cuestionando y despertando a todos los oyentes. Lo
indígena se ha hecho parte de la agenda global, involucrándonos a
todos con su existencia; pero esto es sólo el principio de un arduo
recorrido. La Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos
de los Pueblos Indígenas marca un verdadero hito. A partir de ahí
tenemos las bases para un progresivo cambio positivo de las
sociedades, los Estados Nacionales y los propios Pueblos Indígenas,
en todo lo que se refiere al Derecho, la convivencia interétnica,
las políticas socioeconómicas, el ejercicio de la investigación
científica y el disfrute de la tecnología, el respeto a la
diversidad y a la diferencia, etc. Significa un importante desafío
comunitario para todas las partes.