Nuestro hormiguero

Nuestra conciencia está limitada por prejuicios. Junto al prejuicio de perfección hay que reparar en el prejuicio de la belleza ilustrada. La calidad se mide en concordancia con su perfección y por ende por su ligazón con la idea de bello. Estos prejuicios subordinan la comprensión del arte solamente bajo el parámetro metódico de una de las tradiciones. La de la cultura dominante. No obstante, eso no es lo peor del hecho, la crítica del juicio kantiana remite la idea de belleza al nexo con lo bueno (lo moral). Por tanto si desde esas consideraciones de la conciencia estética nos remitimos hacia el quehacer del hombre, acabaremos formulando conclusiones verdaderamente incompletas y parciales.

La belleza no puede estar circunscrita a un modelo de lo bello. Conceptos como el gusto y el genio, sólo nos remiten hacia las subjetividades, primero a la de un autor reconstruido y luego sobre la nuestra. Cuando se nos ha hablado de la belleza, se lo ha hecho desde una cierta distancia histórica, pero sin tomar conciencia de ella. Se ha catalogado y enumerado lo bello por una conciencia histórica que ha asumido lo bello desde un presente histórico que ha reconocido caprichosamente un ideal de belleza. El cual ha sido incorporado para toda una tradición, que no tuvo porque entender la belleza como nosotros hoy podemos entenderla. Y su supuesta referencia con lo bueno poco puede coincidir con lo que hoy apreciamos como bueno.

La verdad acontece en los socavones de un hormiguero histórico y no a partir de subjetividades, ni la nuestra ni la de un efímero creador. Para entender el fenómeno de lo bello es menester volvernos, con mirada atenta a las tradiciones que se entrecruzan. Un hormiguero por mucho laberinto que parezca tiene una verdadera organización, la historia es una suerte de caminos que se encuentran y que nos conducen por cientos de pasadizos, donde cada uno materializa matizadas realidades de la verdad. A todos esos recovecos convergemos porque son ellos los que edifican el presente.

Para poder explicar a la humanidad y sus creaciones no son suficientes las categorías antropológicas o estéticas, es necesario sumergirnos en los detalles de los capítulos que construyen la sociedad. Cuando dos personas de culturas distintas se encuentran ocurre una nueva fundación de lo humano. Desde el momento mismo del cruce de las miradas esas personas ya no fueron más las mismas en la comprensión de sí mismos. Todo cambió, no sólo ontológicamente, también hay una ruptura histórica y creativa. El arte, el quehacer humano más histórico y contundente de la memoria humana, es el que deja las huellas de cada encuentro. Así, esas caprichosas etapas del arte no están cerradas, esos sus desplazamientos contracorriente incluyen la mirada distinta del hombre que vive y muere todos los días.


Si aspiramos a alguna verdad, está viene de la conciencia de que el hormiguero es nuestra casa. No hay una parada fija, ni condominios independientes, toda la historia se conecta sin cerrar absolutamente nada. Pueden haber caminos que se dejan de usar, pero cuando menos lo esperamos entran nuevamente en uso y modifican las rutas de salida hacia la superficie. Sin que por ello esa ruta sea menos verdadera de la que usábamos antes. El jugar en este espacio concierne una actitud de subordinación respecto al arte y la historia.