¿Dónde está el Concilio?

Se han cumplido 50 años del inicio del las sesiones del Concilio Vaticano II. Para la Iglesia Católica es aún el documento más importante de los últimos tiempos, en el cual se delinean las bases para actualizar la misión del cristianismo en diálogo con el mundo contemporáneo. El aggiornamento (la actualización) era una de las palabras que mejor describía el momento que la Iglesia vivía. Se trataba de una verdadera revolución en el campo doctrinal, pastoral y litúrgico. El Papa Juan XXIII, hasta su muerte, y posteriormente el Papa Pablo VI presidieron las sesiones, en las que 2450 obispos de todo el mundo compusieron el nuevo paradigma de la fe católica.

El Papa Juan XXIII era en teoría un Papa de transición, la convocatoria al Concilio fue totalmente inesperada y sus resultados indudablemente sorprendentes. Para muchísima gente aquello no podía ser otra cosa que la acción de Dios y su Espíritu actuando de manera patente. La Iglesia de Jesucristo había decidido encontrarse con el mundo y desde él anunciar el Evangelio. Hasta entonces el catolicismo parecía una prolongación de la Edad Media. Tras la Reforma Protestante se encerró en su propio caparazón e hizo todo cuanto pudo para evitar que la modernidad la “contamine” y el ateísmo vulnere sus cimientos. La filosofía escolástica era el único instrumento aceptado para la interpretación de las sagradas escrituras, las misas eran en latín con el cura de espaldas a los fieles, las sotanas y los hábitos nada tenían que ver el vestido del hombre común; y una jerarquía aburguesada, aliada con el poder, serían algunos de los signos de la decadencia.

El impulso del Concilio animó a los cristianos de todos los rincones del orbe a tomar las riendas de la transformación. En América Latina viviríamos uno de los momentos más lindos y apasionantes de la vida eclesial. Cientos de obispos apostaron por el cambio. Las conferencias de Medellín, Puebla y Santo Domingo expresarían su opción preferencial por los pobres, en una realidad violentada por una economía injusta y gobiernos totalitarios. En todas las diócesis se formaron Comunidades Eclesiales de Base (CEB's) y desde ellas el laicado se convirtió en el nuevo protagonista de la construcción del Reinado de Dios. Los teólogos de toda Latinoamérica comenzarían a componer lo que se conoció como la Teología de la Liberación. Una interpretación de las escrituras que le daba al creyente las herramientas para apropiarse del Evangelio, la Buena Noticia de Jesucristo, y desde ahí transformar la realidad.

Los obispos Arnulfo Romero, Herlder Cámara, Pedro Casaldáliga, Leónidas Proaño; son algunos de los más recordados por auspiciar este proceso y luchar contra las injusticias. Acá en Bolivia Lucho Espinal, Mauricio Lefevre y muchos otros cristianos anónimos trabajaron por la solidaridad y la democracia hasta entregar la vida. Sin embargo, pareciera que todo lo que nos queda de ese tiempo son apenas la memoria de estas vidas, que tanto han hecho por el continente. Definitivamente algo le ha pasado a esa Iglesia del aggiornamento y tras estos 50 años es ya muy poco lo que podemos celebrar. El Papa Juan Pablo II dio los primeros pasos hacia el retroceso y poco a poco se deshizo de esa Iglesia progresista del Vaticano II, remplazó obispos, censuró teólogos y se fomentó movimientos carismáticos. El Papa Benedicto tiene la enorme responsabilidad de devolvernos el Concilio y nosotros como fieles no podemos dejar reclamarlo a nuestro clero.