Nos acercamos al tiempo que el
comercio y el mercado han convertido en su fetiche. Ojalá sepamos
burlar los anuncios de oferta, las propagandas de panetones y ese
odioso árbol repleto de bolas de colores. Estamos prontos a celebrar
el nacimiento del Mesías que nació pobre, se entregó a los
sencillos y murió en fidelidad al amor. Entonces, que volvamos a
mirar nuestras vidas, actualizar nuestra esperanza y desafiar el
futuro con la ternura y la solidaridad.
Es tan poderosa nuestra imaginación
y tan conmovedora nuestra ilusión. Trabajamos el día a día con el
mañana manifiesto y los sueños encarnados. Sin embargo es tan
complicado no escapar a lo que parece evidente y darle contenido,
ponerle un nombre. Seguramente todo sería mucho más sencillo si no
fuese pronunciable y nos relacionáramos con el mundo, con el todo y
el otro, con la pura y absoluta inocencia. Eso que llamamos realidad
es de cierta manera su más perfecta oposición cuando nuestra
irredenta necesidad de nombramiento la llama. De cualquier manera hay
que pronunciarse y nos aventuramos a la tarea.
Sabemos que por la Teológica nos
acercamos a todo ese simpático encuentro entre el hombre y sus
creencias. Pero es todavía una muy incompleta manera de decir Dios y
decir Hombre para abrazarlos cariñosamente. No obstante, todas las
palabras vienen transpiradas por la piedra y la carne, y es así como
podemos comprender. Por eso es absolutamente innegociable que para
decir algo haya que hacerlo desde la vida misma. Como el maestro
Sábato decía: “Yo creo que la verdad es perfecta para las
matemáticas, la química, la filosofía, pero no para la vida. En la
vida la ilusión, la imaginación, el deseo, la esperanza cuentan
más”.
La Tierra se nos ofrece como cuna,
en ella hemos nacido y a ella volveremos. Nuestras células comparten
la vida de todo el universo y es precisamente esa sensación de estar
vivos dentro de la vida lo que nos despierta y cautiva. Vivir cobra
densidad en la medida que hacemos o somos parte de un proyecto.
Necesitamos convencernos que no vinimos y nos fuimos, deseamos con
locura perdurar o al menos durar. De esta manera escarbamos la misma
tierra buscando referentes. Levantamos las crestas de las montañas
procurando motivos. Surcamos el cielo esperando pretextos.
Para quienes somos cristianos, hemos
encontrado en Jesucristo la referencia, los motivos y pretextos. En
su humanidad comprendimos la auténtica realidad de la nuestra, en
sus obras nos fueron presentadas las tareas y con su muerte
desmantelamos el vacío y la agonía. Vivimos proclamando la
esperanza, porque creemos que vale la pena una vida bien vivida y
ante todo confiamos en un futuro más feliz. Miramos el horizonte a
la espera del triunfo de la solidaridad y el reencuentro amoroso
entre la diferencia.
Es algo parecido a la “muerte por
el tacto”, como canta el poeta. Nos desvestimos, para así con toda
la piel transitar el mundo, conocerlo; arrebatarse de ternura por
tener sobre uno todo el calor y todo el frío del mundo. Morirse con
la muerte de todos y aprehender de sus hálitos el lenguaje de lo
verdadero. Asimismo nos hacemos palpables, la carne erizada soporta
un nuevo ropaje que permea cuanta humedad la inunda. Seremos pan,
seremos mesa, seremos vino de una fiesta donde los vivos tengan
auténticas ganas de morir. Morir tocando, morir andando; porque el
camino sólo ha sido posible gracias a miles de pies desnudos. En su
huella transitamos queriendo siempre pronunciar las vocales de la
vida.