Lo clásico latinoamericano

Latinoamérica se ha construido sobre la arquitectura de la diversidad. El inmenso mosaico de tradiciones transitando bajo el subsuelo de la conciencia define en gran medida lo que somos y el modo en que nos posicionamos respecto a la vida. Evidentemente no somos ajemos a todo el aparato de segregación y exclusión. Ser indio o negro es casi siempre sinónimo de pobreza y esto se expresa en las estructuras del poder. La relación de fuerzas entre las mayorías populares y las oligarquías reduplica viejos esquemas patrocinados desde la colonia. Las relaciones económicas siguen un patrón bien condicionado por la antigua estructura de castas, mientras que las relaciones humanas se ejercitan desde la lógica de la subordinación y el sometimiento.

Los estados latinoamericanos se construyeron sobre el artífico del Estado-Nación europeo. Las fronteras que nos separan no tienen ningún valor a la hora de mirar objetivamente a los habitantes de nuestros países. No sólo es el idioma el que nos congrega bajo un mismo paradigma epistemológico, todos nosotros compartimos una misma pose a la hora de posicionarnos ante la vida y el mundo. Esto es lo que le ha dado hondura a cada una de las historias de nuestros pueblos. Se trata de una dialéctica de fiesta y rebeldía por la cual se escriben los capítulos del continente. Nuestro triunfo sobre el estado colonial demuestra el talante de nuestra condición. Las nuevas repúblicas no fueron la respuesta que esperábamos, pues en los hechos el poder y el gobierno recayeron sobre el criollaje. Gente que en definitiva repetía el esquema de sumisión a los nuevos poderes emergentes.

El tiempo de las dictaduras y las guerrillas materializa en su punto más alto esa constante pugna por construir identidad y autonomía por encima del pragmatismo de las formulas económicas. En Latinoamérica no funcionan las ideologías, pues cuando se pelea no se lucha en contra de un sistema, sino por la recuperación de la comunidad. No es crucial la filosofía económica que le da valor comercial a nuestras mercaderías, lo que sí es definitivo es la necesidad de que la riqueza se materialice en todos los miembros de la comunidad. Los últimos diez años de profundas trasformaciones sociales demuestran el alcance de lo que afirmamos. El pueblo no se amarra a una ideología sino a estrategias de distribución eficaz de la riqueza. Por ello nuestra dirigencia política más allá de izquierdas o derechas piensa más o menos en la misma sintonía.


Es menester aprovechar la oportunidad que ofrece nuestra realidad para ahondar en los relatos proscritos. En toda nuestra narrativa subterránea que ha sido depositada en un baúl que hemos intitulado como lo folclórico. Todas las matrices de comprensión de las tradiciones indígenas las consideramos una postal petrificada del pasado. Para muchos es un cuento de unos seres pre-históricos que se extinguieron en el pasado. Debemos adentrarnos en la comprensión de todo ese caudal de pensamiento vivo y emergente como una alternativa a los problemas actuales de nuestra región y el mundo. Posicionarnos frente a ese pasado y su legado como quien mira a su horizonte clásico y redefine completamente la propia estructura de pensamiento. El aporte que pueda suceder luego de esta especialización radica en esto que se persigue. Re-conocernos en nuestra condición humana y de americanos desde nuestros propios paradigmas comprensivos.